Hojas de otoño (2023) de Aki Kaurismäki
Nietzsche nos recuerda que la tragedia griega no buscaba sorpresa ni novedad. El público estaba al tanto de lo que iba a suceder. Edipo invariablemente cometía parricidio y luego incesto, quitándose la vista. El mito, según este argumento, prescinde de ser inteligible mediante razonamientos lógicos que el público debe ir siguiendo y aprobando uno a uno; porque el mito, al igual que la poesía, no necesita justificarse, sencillamente está ahí.
En este sentido, puede decirse que Aki Kaurismäki es autor de su propia mitología. Tarea tan proclamada actualmente, la de reencantar el mundo, que el director lleva adelante hace más de 30 años. Sus protagonistas, miembros de un empobrecido proletariado urbano europeo, van sucesivamente del trabajo al bar, del bar a la casa y de la casa al trabajo. Tienen uno o dos amigos que los acompañan, hasta que un hecho azaroso, como un accidente, un viaje o un despido, les hace vislumbrar el sinsentido de la vida moderna. ¿Qué nos queda fuera del trabajo, además de una casa vacía y una copa llena en algún bar?
Es entonces cuando el o la protagonista levanta la mirada. Y advierte que hay alguien observando en otra mesa. Distancia, la que separa a estas dos personas, que pasa a ser la trama de la película. El hábito de la soledad, el miedo, la falta de dinero; a todo ello y más deben enfrentarse los dos protagonistas en su búsqueda, que no es otra que la de darle un sentido propio, de libertad y comunión, a la alienada vida capitalista. Pero no están solos. Su lucha es una forma particular de un conflicto general. Jefes, vigilantes, delincuentes y otros fascistas ponen obstáculos; y compañeros de trabajo, vecinos, linyeras y otros obreros les brindan su ayuda, prestándoles dinero, dándoles cobijo, enfrentando al patrón e inclusive dejando la vida. Entonces la distancia se termina de recorrer. Encuentro, o más bien huida, ruptura, que invariablemente realizan los protagonistas con algún tango o rock and roll sonando de fondo.
Hojas de otoño (2023) no es la excepción. Ansa es empleada en un supermercado; Holappa, un obrero que tiene problemas con la bebida. Ambos son llevados por amigos a un karaoke, cruzan miradas y ninguno se atreve a hablar. En la escena siguiente los dos están de nuevo trabajando, como si nunca se hubiesen visto; pero sabemos que no es así cuando suena un tango de Gardel (“todo, todo se ilumina / cuando ella vuelve a verte”) y ella se lo cruza en la calle, le habla, pero él está muy borracho. La última película del director finlandés es una historia de búsqueda y desencuentros.
Y su regreso a la pantalla grande, luego de haberse retirado del cine en 2017. Regreso más que necesario, frente a una industria cultural obsesionada con supuestos héroes individuales (de Iron Man al fiscal Strassera). Porque el cine de Kaurismäki infunde a hombres y mujeres comunes esperanza. Esperanza en sus pares y en su acción conjunta.
05/02/2024
Bryam Herrera Jurado